domingo, 10 de marzo de 2013

Hilo conductor de la vida

           Este último tiempo estuvo marcado por aciertos, por aciertos y errores, tantos y tan variados que los primeros dejaron de ser considerados como tales. Todo esto me llevó a considerar que hay algo esencial en la vida de cada persona y que, si uno logra entenderlo, te haces de un poco de felicidad inigualable a cualquier otra. Hablo del perdón, de pedir perdón, pero sobre todo de perdonar. Recientemente aprendí que el perdón y el perdonar son el hilo conductor de una vida. El sufrimiento que significa una guerra, la muerte de un hijo, la traición, la infidelidad, la indiferencia, son dolores difíciles de soportar. Nadie ha inventado nada todavía que sane heridas tan grandes y es el perdón en muchas ocasiones el paso más duro y el único que nos lleva a seguir con el peso de la vida.
          Perdonar es la única forma que tenemos de viajar en el tiempo, con el perdón viajamos al pasado para evitar -de alguna forma- lo que ya sucedió. Rompemos las barreras del tiempo, del espacio, de la lógica y de la razón y cambiamos el enojo por una sonrisa sincera. No hay nada más grande que perdonar un gran pecado, ni nada con más valor que pedir perdón con el corazón en la mano. La vida es un constante perdonar y ser perdonado, un darse cuenta de que somos limitados, de que: no es que no quede esperar más del otro, sino que siendo tan pequeños como somos albergamos una grandeza que en ocasiones nos trasciende a nosotros mismos.

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